En la película Matrix el ser humano vive en una cubeta, conectado a un cordón umbilical que le nutre y con el cerebro integrado en un gigantesco mundo digital. Millones de humanos viven en sus colmenas, sin coches, sin casas, pero perfectamente felices en su mundo digital. SI viviéramos así, ¿cómo de grande sería nuestra economía? La economía imaginada probablemente inmensa, pero la física, la real, sería minúscula: apenas el coste de amortización de instalaciones, mantenimiento del sistema y gastos de nutrición.
Esto viene a cuento porque hay un efecto que, aunque parecido al efecto de sustitución tratado en el artículo El efecto sustitución o como la tecnología puede destruir riqueza, es todavía más deflacionario: la sustitución de productos reales por productos puramente digitales.
Cuanto más digitalizamos nuestra vida, más reducimos nuestra economía física. Esto es una tendencia que estamos notando fuertemente desde hace unos años. Este efecto Matrix, – por llamarlo de alguna manera-, nos está cambiando la vida y apenas somos conscientes de ello.
Más allá de que nadie quiere vivir en un tanque de agua, ¿esto es bueno o es malo?
Como todo, tiene dos caras. Por un lado, la digitalización nos trae más y mejores servicios. Todo va más rápido y es más eficiente. Tenemos acceso a más conocimiento, nos cuesta menos dinero y nos deja más tiempo libre.
Por otro lado, igual que en el efecto de sustitución, los productos y servicios digitales aportan menos a la economía que sus equivalentes tradicionales. Vemos Netflix en lugar de ir al cine, escuchamos Spotify en lugar de comprar CDs, las aplicaciones para aprender idiomas como Duolingo sustituyen a la academia de idiomas, con Zoom se evitan muchos viajes y un largo etcétera.
Esto no es malo si se logran crear nuevas necesidades y con ello nuevos empleos. Los acomodadores del cine o los profesores de idiomas, al cerrar su empresa por falta de demanda, tal vez se recoloquen. Esto es lo que ha ocurrido a lo largo de la historia una y otra vez. Cuando surgieron los tractores, muchos peones del campo se quedaron sin trabajo, pero encontraron nuevas oportunidades en la industria urbana.
Si, gracias a que no voy a una academia, tengo más dinero disponible y algo interesante en qué gastarlo, mis euros no se perderán para la economía.
Pero, ¿qué ocurre si mis ahorros los dejo en el banco o amortizo mi hipoteca? En este último caso, el dinero desaparece de la circulación, como se vio en Cómo se crea el dinero. Ya no irá a la nómina de nadie. Tarde o temprano, alguien cobrará menos sueldo o será despedido. La suma de muchas personas que cobran menos hará que no compren los productos de la empresa en que la que yo trabajo o los comprarán más baratos. En ambos casos, mi salario bajará también.
Se puede argumentar que Internet crea muchas nuevas oportunidades y nuevos negocios: el mundo de los videojuegos, música en streaming, apps de citas, redes sociales, comercio electrónico que lleva productos a lugares recónditos. Pero al final siempre nos encontramos con que un servicio digital elimina intermediarios y, aunque paguemos por él, será una cantidad módica comparado con lo que le pagábamos a academias, cines o tiendas de discos.
La digitalización crea deflación tecnológica. Igual que en los otros casos discutidos (la deflación debida a plataformas como Amazon o el efecto sustitución), hay un aumento de servicios, pero también una reducción neta de facturaciones. Se reduce la economía, hay menos dinero en circulación y, en consecuencia, menores sueldos o menos empleos.
Si llevamos la sustitución de productos y servicios reales por equivalentes digitales al extremo encontramos a nuestro ciudadano Matrix, que disfruta de todos los servicios que se puedan imaginar en el mundo digital, pero no cobra ni un duro en la vida real.